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sábado, 2 de diciembre de 2017

SEGOVIA




Miro el tiempo a través del silencio,
a través del ruido de la ciudad,
que bulle al pie del acueducto en Segovia
que los romanos construyeron
con las fuerzas de sus sangres,
colocando las piedras bajo la seca atmósfera,
bajo el sol o la nieve, para que el agua llegue
y los asista.

Miro las multitudes humanas desde la sombra,
desde la altura las veo desfilar bajo los arcos de piedra
en formación de hormiga ejercitando
las arduas disciplinas impuestas,
colocando,
las piedras sobre piedras,
colocando
los soportes del agua.

La ciudad se apretuja,
sus casas, edificios, entre calles estrechas
en todos los costados
hacia la ancha avenida.
Sólo la plaza al pie ruge,
vuelta una abierta garganta
revuelta entre turistas, mozos y comensales,
sentados a mesas de instantes y entremeses
de aceitunas, mejillones, camarones,
vinos blancos de jerez, cervezas, charlas.
La atmósfera está seca,
plena de sol y cielo rodando hacia planicies onduladas.

Y los romanos fueron olvidados
por la ancha avenida de los adioses.
Un guía de turismo explica a japoneses o chinos o coreanos,
con cámaras, celulares y registros temporoespaciales
que los autobuses, automóviles, camiones,
pasaron mucho tiempo entre los arcos de piedra
sin conmoverlos,
que las piedras jamás tuvieron cemento entre ellas
y no obstante se mantienen unidas.
Y los romanos siguen sosteniendo las piedras
y forman multitudes de muertos concurrentes
apoyando sus manos en las arrugas grises de las piedras.

Amilcar Luis Blanco



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