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martes, 16 de mayo de 2017

LOS DESEOS




Hay una fiebre de arrabal y lobos,
una fiebre animada de intemperie.
Son los  deseos.
Los fuegos fulgurantes que se instalan
dentro de las entrañas.
Salvajes solitarios y desnudos
recién llegados de la selva,
de esa sed voraz y contenida,
conocida por todos,
de hierbas y de frondas y hojarascas.

Gavilanes de duelos y avaricias
ocultos en los cuerpos.
Desplegando las alas.
Levantado sus vuelos
sobre blandas palomas.
Vuelos de gavilanes sobre aguas.
O galopes tendidos del mar en las arenas
y una montaña azul  evaporándose
en volcánicos fuegos sulfurados.

Manejan nuestros ojos
y los ritmos de nuestras respiraciones,
nuestras sangres,
llevándonos en latidos desbocados,
arrojándonos de nucas y de espaldas
hacia cielos abiertos de trémulas infancias.

¿Quién no comió  los labios tersos de los deseos?
¿Quién no bebió en las fuentes de sus lascivias
y colocó sus sombras a un costado
para gozar mejor de sus delicias?
¿O jugó un ajedrez
hecho de piezas de tinieblas y claridades,
blancas y negras en trebejos
proyectores de diestras y siniestras,
para ganar un trago, una mirada de mujer,
 su sonrisa o sus besos?

Sumergido en el mar de los deseos.
En los cuartos oscuros, de regazos aterciopelados
y cortinas vistiendo las brisas
y abriéndose y dejándolas  caer 
sobre nuestros cuerpos exaltados
 en torrentes de frescura
 recuerdo nuestros cuerpos 
húmedos en nuestras manos.

Amílcar Luis Blanco (Pintura de Goya)












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