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sábado, 23 de abril de 2016

LA BAHIA DE GUANABARA






Aquí,
en esta enorme cuenca de agua,
de luz, difuminada por la bruma,
donde hoy los guardacostas
cumplen el tedio de su vigilancia,
los duros portugueses de aventuras
iniciaron el numen de la urbe rugiente.

Inauguraron el destino de sus sueños
quebrando las rutinas de las tribus,
sin alcoholes ni hogazas,
que caminaban entre floras vírgenes
y escuchaban los trinos y gorjeos,
en mitad del silencio, de los pájaros.

Tuvieron que abolir a los piratas,
arribados de Francia.
Sumar ojos y manos a otros ojos y manos
de nativos y negros africanos
y escuchar entre soles como infiernos
el lenguaje de un mar de extensa calma.

Aquí, en esta bahía,
de azul y guanabara
y mar de escaso viento,
forma de pirotecnia y de banana,
vega de océano
y de palo mayor y de mañana
que albergara a los reyes portugueses
y después a un imperio
cuando el corso en Lisboa sentó reales.

Aquí María Racimo y Pedro Lanza
y el estupor intacto en cada ojo
y el corazón saltando como un sapo
y el lagarto veloz sobre la piedra
y el cielo sólo luz y niebla y agua.

Aquí, en esta bahía
de Guanabara y esplendente día,
navega todavía la esperanza,
el ganarse los sueños, la templanza
del rampante sentido de arduas razas
que mezclaron las sangres y los duendes
junto al cóncavo espejo bajo el cielo
que da ese mar fondeado por sus almas.



Amilcar Luis Blanco

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