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domingo, 12 de julio de 2015

Llueven tus celestes ojos






Llueven tus celestes ojos,
llueven sobre la niebla y la distancia,
llueven en las claridades y las sombras,
sobre las copas de los árboles añosos.
Llenan de infinito los rincones
y arrancan brillos de la tierra
convirtiéndola en barro,
construyéndole charcos
como ojos del cielo caídos en el suelo.

Si fuera agua de llanto sobre la magenta
de arena del desierto;
agua de ansiosa tregua en la penumbra,
barrera entre la oscura voluntad bien cabría
de los machos oscuros y el alba y la blancura,
mujer el celeste de tus ojos anunciaría la gloria.

Llueven tus celestes ojos
más allá de las tardes,
contra las manecillas de los relojes que clausuran las horas
o las despachan hacia mareas de tiempo momentáneas
que se van con las nubes para seguir viajando.
Llueve el celeste de tus ojos como la levedad de un mar imaginado
que cabe en la ilusión o en los recuerdos.-

Entre el fuego y la sombra una celeste lluvia imaginaria
distingue la maldad de las bondades
y distribuye panes y silencios, alivia las jornadas de las manos callosas
que dadas al trabajo se marchan de los cuerpos
y siguen apretando y componiendo los detalles absurdos de los días aciagos,
de los días que tienden herrumbres y metales y las vuelven maltratos y trapos de fregonas,
donde siempre golpean las gotas de tus ojos
sonando como notas musicales, separando los bienes y los males.

Amilcar Luis Blanco (Oleo sobre tela de María Clemencia Botero Yalí)

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