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sábado, 3 de mayo de 2014

En el espacio sierpe de las dudas





En el espacio sierpe de las dudas
las sospechas se arrastran y pervierten.
Abro un diario masivo, cavilación y miedo
salen desde el hablar de las palabras.
Hay sombras escondidas en sus lineas,
abismos, cordilleras y absurdos roquedales
y allí vagamos los lectores perdidos en la niebla,
hundidos en los fangos cenagosos de noticias sesgadas.

Y uno encharcado en esa luz de siempre,
en esa luz se sabe sin retorno posible
porque se camina en el pampa y la vía del destino,
en ese hacer, desmadejar desgracia,
sonreírle al amigo, besar el tiempo en alguna mejilla,
la que ofrezca, ganarse el mango andando de entrecasa.
Porque uno es simple, vio, y uno se ensarta,
aún de caballero de espada y de coraza.

Uno cree en las letras de los diarios
de una manera bóvida, vacante,
y se deja llevar por el delirio, ese viento que soplan
desde la tinta impresa, el fotograma, la luz de las pantallas,
los voces sempiternas de la radiofonía,
aunque se sienta en el placer que instilan
una vacua mentira, una pócima urdida del paciente veneno del engaño
que nos pone molestos, odiadores, cargados como un arma.

Uno cree, creer es lo sagrado, lo usual y respirable;
ese primer apoyo en el que andamos buscándonos el alma
y encontrándola firme a cada paso como un bastón, un sueño, una mirada.
Eso que nos decimos entre todos y sacamos del diario matutino,
de la tevé nocturna o de la radio para poder seguir los ritos cotidianos,
para poder seguir amando, viviendo, trabajando
con la porción de luz y de esperanza, uniéndonos aún en  diferencias,
haciéndonos conciencias y criterios, no borregos guiados
por los perros jodidos de los amos jodidos mordiéndonos sin fin
y taladrándonos la calma del pensar en los talones y en las cautas orejas
con sus mordidas y con sus  ladridos.

Amilcar Luis Blanco (Obra plástica de Leonardo Da Vinci)




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