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lunes, 22 de julio de 2013

LOS AMANTES



















Bajo los rostros desafiantes,
tensos por los deseos enfrentados,
las caderas, los muslos, los glúteos, se levantan
y ella toma en sus dedos
la cabeza del vástago del hombre y la lleva a su vulva,
pero pone
entre los ojos y la luz un abanico transparente.
Los dos están tendidos en un lecho cubierto
por dos tules que se abren.
En realidad los dos están abiertos
y expuestos a una contemplación infinita,
extática,
de mármol casi aunque pintura sean.

Ya no son los amantes que pasean
en la ciudad que no los mira y calla,
que los ignora y sigue ardiendo en otros
entregada a caprichos y quehaceres,
altiva en su frugal indiferencia,
hecha de calles, edificios, plazas,
escaparates, autos, transeúntes,
tan subrepticiamente escamoteados
de la antigua, fatal, concupiscencia
que paredes adentro y en la alcoba
viven transidos los enamorados.
Esa conciencia, ese deseo mutuo,
palpita solitario y alejado
mientras todo se mueve y precipita
y la galaxia de lo cotidiano
agita sus poleas infinitas
y toca intimidades bajo techos.
Ellos han detenido un tiempo suyo
y eslabonan instantes sin pasado.

Amílcar Luis Blanco   ("Amantes detrás del abanico", pintura por Reinal Barvicok)



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