Enamorémonos en los días dotados de
infinito
y naveguemos sobre preguntas construidas de
eternidad
sobre el océano de los silencios y sus
levantadas olas enemigas
Hagamos de nuestros torsos maderámenes de
veleros
y arribemos a enormes puertos de espaldas
acantiladas
y suaves molicies blandas y en sus grupas
de arenas amarillas
dejemos que encallen largamente los cascos
afilados de las penas
Que los dolores se aparten por fin y les
digamos basta y detente y ya nunca
y obedezcan sus filas demacradas y sus
cuerpos de sombras
Ellos albergan y reciben brasas heladas
recogidas en los márgenes
de siberias de nieves abominables y bosques
de vejámenes
y los guardan en sus vientres celosamente
como diademas de fuegos
y haremos que los vomiten cruzándolos con
las espadas de nuestros deseos
las energías de nuestras ganas invencibles
erosionando hasta los céspedes
y árboles que cubren intemperies royéndolos
con nuestra lascivia desatada
Enamorémonos en las tardes extendidas y
violetas de septiembre
por las que la tibieza comienza a penetrar
los taludes y esperpentos del frío
y va disolviendo poco a poco las tristezas
hasta evaporarlas
y soplar las pálidas cenizas para dar paso
a los volúmenes de la belleza
los “ángeles terribles” que Rilke sin dudar
merodeaba
y mordía en sus pulpas de texturas salvajes
para alejar la angustia de sus días
Enamorándonos habremos alejado las avalanchas
del desdén circundante
hacia el silbido mas remoto donde el silencio ensordece
porque abre la raíz de cada grito y lo sume
en la velocidad máxima de la quietud.
Amílcar Luis Blanco