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viernes, 11 de junio de 2010

Por entre los barrotes de la jaula,
el simio, el caballero,
se miran a través de la mañana.
Han pasado millones de centurias
y verlos, ¿justifica las distancias?
El simio curiosea su figura atildada
y en su mano segura sostiene una banana,
el caballero duda y sólo aprieta
una silente angustia en su mano crispada.
El simio le sonríe.
El caballero toma como mueca
esa seña gestual de simpatía
de un corazón que sueña con encuentros
en el marco sensual de las miradas.
Ha extraviado la llave milagrosa,
la vida del instante inmesurada,
la luz desde la fuente, lo perspicuo
del cielo, del candor. El simio rie,
salta, se cuelga, juega, se prepara.
La eternidad no fuga de sus manos,
invisible, rozando al caballero,
se entrega sin cesar, docil, experta,
ella también desnuda, alborozada.

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